¿Qué voy a decir?
¿Qué soy un
desequilibrado?
¿Un excéntrico?
Alguien con una rutina
poco común.
De gustos extravagantes.
Que carezco de carácter.
Pero.
¿Ellos que pueden
entender de mí?
Si yo no les entiendo a
ellos.
¿Porque habría de
molestarme en entenderlos o en hacerlos entender?
¿No es más práctico
dejarlos así? Vacíos como están.
Abandonarlos en la
deriva.
¿Pues, ellos abrían de
escucharme?
Escucho un ruido.
Son pasos.
Mi respiración se vuelve
lenta y entrecortada.
Deseo dejar de respirar
porque incluso el sonido de mi respiración me resulta molestó para escuchar.
Se acercan a mí.
Silencio.
No hay más pasos.
Parecen haberse detenido.
Sigo caminando.
Silencio.
Continúan los pasos.
Me refugio en la nieve.
Esperando que esta me
cubra por completó.
Más pasos.
Continúo en silencio.
Pero aún continúan los
pasos.
Entro en pánico.
Vienen a mí. Me
encontraron.
Corro desesperado.
No pudiendo ver nada por
la ventisca.
Ruego por no resbalar.
Pues sería mi fin.
Continúo corriendo.
Escucho más pasos.
Como si se hubieran
multiplicado.
El ruido es cada vez más
fuerte.
No hay tiempo.
Pero mis piernas parecen
ser tragadas en medio de la oscuridad.
No logró ver nada.
El fin.
Este es el fin.
No hay nada más aquí.
Llegué al final del
libro.
Y hallé en ella mi
sentencia.
Respiro con dificultad.
Esperando.
El tiempo pasa, pero
nadie llega.
Parecen haberse olvidado
de mí.
Sigo en medio de la
oscuridad.
A mitad del precipicio.
El tiempo se detiene ante
mí.
Me acurruca entré su
canto.
Moriré.
Mi cuerpo cae al vacío.
Sin nada que lo detenga.
Soy como un trapo
arrojado al viento.
Arrastrado como por
salvajes corrientes.
Que me tratan al igual
que a la nada.
Pues yo soy nada.
Me desaparezco.
Tragado en medio de la
oscuridad.
Arrojado al vacío.
Entregado al verdugo.
Y tomado por la muerte.
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