Desde aquella tarde no lo
volvería a ver. Y aquello era una verdadera lástima, ya no quedaba mucho
tiempo. Por lo que él le miro con ojos serios y huraños.
No lo recordaba, ella lo
miro una y otra vez, pero era definitivo, no lo recordaba.
Trato con desesperanza un
último intento, pero no lo conseguía.

La tarde parecía llorar junto con ellos, pues
las nubes inundaban el cielo, aquella tarde de otoño, aquel último día en que
se vieron no como extraños sino como viejos amigos.
Cansada de esperar, alejo
sus ojos, y él supo que era definitivo, no volvería a ver aquellos ojos verdes.
Decepcionado también alejo los suyos, le sonrió con amargura, quitó su sombrero
con cortesía y salió del lugar.
Ella le miro partir por
el ventanal, sus ojos se llenaron de lágrimas y no supo explicar el porqué.
Algo en ella se había roto, y parecía estar hecho de vidrio porque le
lastimaba, como un ardor que juro no haber sentido antes pero que se sentía
extrañamente familiar.
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